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Eléctrico o híbrido: ¿un paso a la electromovilidad?

La transición a distintas formas de transporte que no utilicen combustibles fósiles está en marcha, las tecnologías para la electrificación evolucionan y los compromisos de gobiernos, instituciones, industrias y organizaciones apuntan a combatir los efectos adversos del cambio climático por esta vía, donde los vehículos que no son de combustión interna pueden contribuir en gran medida a la mitigación de emisiones y a facilitar un ecosistema de movilidad limpio. No obstante, siempre surge una duda entre los usuarios que deciden cambiar sus automóviles de combustión para adquirir uno de nueva tecnología: ¿híbrido o eléctrico?

Sin entrar en demasiadas profundidades técnicas, los híbridos más comunes (HEV) siguen usando un motor de combustión interna y tienen el respaldo de un motor eléctrico. Estos los podemos distinguir de los vehículos híbridos con tecnología más comparable, los denominados PHEV o híbridos enchufables, que también cuentan con dos motores, uno eléctrico y uno de combustión, pero donde el eléctrico es el principal.

Como diferencias generales, un HEV emplea una pequeña batería para impulsarse durante períodos cortos, a diferencia de los PHEV, los cuales cuentan con un paquete de baterías de mayor capacidad y por ende una autonomía en fase eléctrica incrementada.

El motor eléctrico en los PHEV es autónomo y puede funcionar igual a un vehículo eléctrico, es decir, este vehículo debe enchufarse a una estación de carga para alimentar las baterías y funcionar de forma independiente. El motor secundario es de combustión y entra en funcionamiento cuando se acaban las baterías (cargándolas como un generador a gasolina) para permitir que continúe el trayecto.

Por su parte, los vehículos eléctricos puros (o 100% eléctricos) cuentan con un sistema de propulsión que combina uno o más motores eléctricos alimentados por una batería. Las baterías, que pueden representar hasta 50% del valor del automóvil, son de mayor capacidad, por lo que pueden ofrecer mayor autonomía que un híbrido enchufable usando solo electricidad como fuente de energía. Además, son vehículos silenciosos, por lo que contribuyen a reducir la contaminación acústica en las ciudades.

Adicionalmente a la tecnología disponible al momento, existen consideraciones importantes que se deben entender, una de las principales es que la electromovilidad es un concepto relativamente desconocido y que los vehículos son tan solo un componente del ecosistema que se debe desarrollar para transitar a una verdadera movilidad limpia o cero emisiones. Particularmente relevante es el despliegue inteligente y funcional de una infraestructura de recarga. Un primer paso para avanzar, es identificar en las áreas de mayor circulación de vehículos eléctricos.

Además del tipo de vehículo (eléctrico 100% o PHEV) debe considerarse la infraestructura disponible para la carga de las baterías. Hoy, en la Ciudad de México ya existen zonas donde está creciendo ese parque vehicular y se está empezando a desarrollar infraestructura abierta al público para que los usuarios puedan recargar fuera de sus casas, por ejemplo, en hospitales, centros comerciales, restaurantes, gimnasios y universidades, entre otros. De acuerdo con la prospectiva de Electromovilidad 2020-2035 de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), dentro de la Estrategia Nacional para la Movilidad Eléctrica para el 2035, en un escenario de gran impulso a la electromovilidad, se integrarían 5.7 millones de vehículos eléctricos, incluyendo ligeros, autobuses urbanos, camiones de carga y autobuses foráneos. Esto implica también que en ese escenario para 2035 se tendrían las condiciones para que ese número de vehículos circulen en el país.

Según un análisis global recientemente publicado por el banco privado Julius Baer, la proporción de vehículos eléctricos versus híbridos enchufables en 2030 será de 75% a 25%, mientras que para el 2050 será de 95% eléctricos versus 5% híbridos enchufables. La tendencia a electrificar el transporte tiene objetivos muy claros, el primero es recortar sustancialmente las emisiones de carbono y reducir la contaminación del aire a nivel local, en segundo término, reducir el consumo de energía y costos asociados en más de 75%. Y, por último, pero no menos importante, mejorar la experiencia de viaje y agilizar la movilidad en las ciudades.

A medida que las condiciones de precio, incentivos para la adquisición y un marco regulatorio ad-hoc a esta transformación avancen, la decisión de cambiar el vehículo de combustión a uno eléctrico será un asunto cotidiano. Esta transición que involucra energía, movilidad e infraestructura, es decir, un ecosistema de movilidad limpia completo debe ser estratégica, para lo que se deben sentar bases sólidas desde ahora, para alcanzar el potencial de esta tecnología.

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