La historia de Alejandro Souza, el profeta del emprendimiento social
Alejandro Souza (36) supo desde muy joven que quería tener su propia empresa. El haber perseguido ese sueño es lo que ha hecho que hoy pueda definirse a sí mismo como un emprendedor social y serial, pues es a lo que ha dedicado toda su trayectoria profesional.
<<He buscado hacer del emprendimiento social mi estilo de vida. Mi gran “para qué” es el empoderamiento, y eso lo he llevado a la práctica en cada uno de mis proyectos. Soy un apasionado de la colaboración, la innovación y, sobre todo, de dejar el mundo mejor de lo que lo encontré>>, menciona el emprendedor en conversación con Techla.
Al arrancar sus estudios sobre emprendimiento en 2005 en la Babson College, los alumnos de nuevo ingreso deben lanzar una empresa con la que trabajarán a lo largo del programa. El proceso es: cada uno propone una idea, el grupo vota, y las dos seleccionadas se desarrollan mediante la entrega de fondeo por parte de la institución y la aportación del recurso humano por parte de los compañeros.
Y así fue como en mayo de 2006 nació Myzaics, idea presentada por Alejandro al resto de su clase, y que consistía en un sitio web donde los usuarios podían personalizar un póster mosaico para su impresión.
“Myzaics ha sido el único proyecto en mi trayectoria que no ha sido social, pero me sirvió para aprender, fue divertido y al final, incluso pudimos venderla”, agrega Alejandro.
Alineación hacia lo social
Con Babson tuvo su primera aventura internacional, como él la llama, donde se mudó en octubre de 2006 a Uganda para abrir una empresa dedicada a distribuir tecnología entre las mujeres de la industria cacahuatera, que antes quitaban la cáscara con sus propias manos y de sus horarios de trabajo dependía la continuidad de sus hijos en la escuela.
“Cuando comenzamos a trabajar con la maquinaria, que consistía en unos bloques de cemento, descubrimos que las cáscaras tenían la posibilidad de convertirse en combustible bio-energético, algo de mucho valor para las cementeras locales, y que antes era considerado basura. El proyecto recibió apoyo del gobierno local y fue un éxito. Descubrimos que había formas de mejorar la calidad de vida de las personas y al mismo tiempo podían ser un negocio rentable”, cuenta Alejandro.
Para el verano de 2007, Alejandro aterrizó en Londres para hacer sus prácticas como consultor de estrategia en Navigant; y dos años después, en junio de 2009, volvió a hacer sus maletas para mudarse -esta vez a Kigali, Ruanda- para fundar el primer Instituto de Idiomas y Capacitación Empresarial para ejecutivos de empresas y oficiales del gobierno local. En este proyecto desarrolló desde el plan de negocios, estableció la estrategia financiera para obtener fondos, diseñó currículo empresarial y sistema ERP, formuló programas de impacto social, contrató el plantel inicial de maestros y aseguró la primera generación, que incluyó 275 clientes.
“Fue un momento donde el presidente en turno tomó la decisión de hacer el inglés el tercer idioma oficial, de la noche a la mañana. Así que convencí a un amigo de mudarnos y empezar el instituto donde de cada 14 clientes que pagaban, becábamos a 4 de niveles más vulnerables”, agrega el emprendedor.
Primer regreso a México: a replantear
Tras graduarse de la carrera y concluir el proyecto en Ruanda, Alejandro regresa a México para tener lo que él llama su primera y única experiencia como empleado formal. Así, en mayo de 2010 aceptó un puesto en la oficina local de Capgemini como Consultor para el Sector Público. Después de poco más de un año, volvió a hacer sus maletas para cursar una Maestría en Administración Pública en la Universidad de Columbia, en Nueva York.
“Para ese momento, ya tenía herramientas de emprendimiento, pero quería profundizar en temas de desarrollo y calidad de vida. Apliqué a ese programa por Jeffry Sachs, un economista estadounidense que lideró el mapeo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que a través de este programa buscaba entrenar a una nueva generación de líderes de desarrollo que fueran generalistas, para que tuvieran la capacidad de intervenir en comunidades y rompieran la trampa de la pobreza”, agrega.
Aun estudiando, realizó prácticas en Punakha, Bután, trabajando directamente con el gobierno y fue además invitado a colaborar en la evaluación de una ONG, dirigida por una de las cuatro reinas madre del país, que apoyaba a personas que no tuvieron la oportunidad de ingresar a la universidad gratuita, con herramientas profesionales y de vida, que les permitiera aspirar a una carrera creando negocios en el sector turístico.
“El primer objetivo que teníamos era convencer al gobierno de que el índice de felicidad no debía ser un indicador de desarrollo, así que presentamos herramientas para poder medir el bienestar de manera multidimensional y de los resultados obtenidos presentamos un plan a 5 años para poder subir los niveles.”
Después de este periodo Alejandro regresó a Columbia para concluir sus estudios y trabajar como Consultor en The World Bank. Tras graduarse, es invitado a Río de Janeiro para liderar un proyecto liderado por el BID con el objetivo de revitalizar espacios públicos perdidos a manos de los narcotraficantes en las favelas; y participó como Asesor del Partido Social Democrático en temas de diseño de políticas públicas innovadoras, gestión pública y bienestar social.
“Con el programa “Deportes para el Desarrollo”, el BID buscaba ofrecer a los niños y jóvenes clases de deportes, desarrollo de habilidades socio-emocionales y, así, ofrecerles un camino fuera de la vida delictiva. Fue una gran experiencia porque se cruzó con la Copa del Mundo y las Olimpiadas, así que pudimos generar grandes alianzas con deportistas profesionales”, narra Alejandro.
Segundo regreso a México: a emprender
Tras regresar por segunda ocasión a México, funda Pixza en julio de 2015. Se trataba de una pizzería, que usaba ingredientes locales, y que funcionaba como una plataforma de empoderamiento para jóvenes con perfil de abandono social, que incluía desde refugiados y migrantes, hasta aquellos con historial criminal o de dependencia de drogas.
Reconociéndose como alguien que cuando identifica una oportunidad no puede descansar hasta resolverla, empieza a trabajar en una nueva idea donde pudiera ayudar a los héroes cotidianos a monetizar sus iniciativas.
“Por mi esposa conocí mucha gente que hacía el bien y que de su bolsillo cubría los gastos que esto les generaba. Había personas que rescataban perros, otros que visitaban ancianos, otros que organizaban limpieza de ríos o barrancas. Pero nadie estaba haciendo nada por ellos, para ayudarles a llevar a cabo sus iniciativas, incluso encontrar aliados era complicado”.
Alejandro se tomó el tiempo necesario para encontrar a los cofundadores ideales para su proyecto, pues no solo buscaba capacidades y experiencia técnica, sino que esperaba encontrar alienación de valores. Así fue como conoció a Luis Daniel Beltrán, hoy cofundador y CTO, y a Raziel Rocha, cofundador y director de producto.
Aunque la idea se gestó por cerca de 4 años, hace dos meses lanzan para Ciudad de México Wemerang, como una plataforma de la creator economy que permitiera a los héroes cotidianos publicar sus causas, recibir apoyo económico por ello e incluso poder dedicar sus vidas a trabajar en su pasión: dejar el mundo mejore de lo que lo encontraron.
En este breve periodo, la plataforma cursa diferentes programas de aceleración, como el de Latitud; recibe una ronda pre-seed en la que participaron la propia Latitud y algunos inversionistas ángeles, y se acerca rápidamente hacia un product market fit, habiéndose creado más de 800 usuarios que entregaron 25 mil dólares en dos swings de monetización.