Sin confianza no hay traición: No-cosas
Estoy sentado en la taza del baño. Revisando desinteresadamente mi teléfono… sin reparar en nada particular… pasando de una noticia a otra sin siquiera terminar de leerlas… en ocasiones sin leer completamente el encabezado… revisando memes que recibí hace unos instantes en WhatssApp y seleccionando a que grupo o contacto debo reenviar qué meme. Inevitablemente… alargo mi estancia en el baño más allá de lo estrictamente necesario… hasta que termino de usar el teléfono o consigo bloquearlo. Lo mismo sucede a la menor provocación… es decir… en cuanto hay un hueco en mi día… por insignificante que resulte… saco el teléfono y me abstraigo en él… mientras espero que me entreguen algo… en lo que carga Netflix o durante el bostezo de mi interlocutor a la mitad de una conversación.
El teléfono se ha convertido en un elemento sin el cual resulta imposible estar en el mundo… no solo para interactuar con el mundo —asunto de por si preocupante— sino para habitar el mundo. Revisamos correos electrónicos y mensajes… realizamos transferencias y pagos… nos distraemos escuchando música o viendo videos. El teléfono es un elemento con el que estamos en el mundo incluso a pesar del mundo. La pantalla remplaza la realidad sin importar si la realidad descansa frente a nosotros. Las exposiciones de “experiencias inmersivas” de la obra de van Gogh… Monet o Frida Kahlo son muestra de ello… sustituyen las texturas y presencia del cuadro por acercamientos y exhibición de fragmentos de los mismos en pantallas gigantes.
¿Por qué? Byung-Chul Han… filósofo surcoreano experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín… considerado como uno de los filósofos más destacados del pensamiento contemporáneo… da respuesta a ello en su libro ‘No-cosas: Quiebras del mundo de hoy’. Donde rinde homenaje con hermosa melancolía a un mundo que cada vez nos resulta más ajeno… el de las cosas entrañables… significativas… queridas… que forman parte de nuestra historia personal… al mismo tiempo que tipifica la aparición de un orden… desde hace más o menos 20 años… en el que interactuamos con no-cosas… con infómatas que ante su imposibilidad de ser entrañables… ante su innegable condición de elemento desechable… ofrecen poner el mundo en las manos de su usuario. Incluso si se reduce el mundo a chismes… noticias falsas y memes. Mejor si es así.
Las cosas son un referente. Un elemento al que siempre podemos regresar. Algo seguro que nos aporta consuelo y seguridad frente a una realidad —la que vivimos— a la cual resulta complejo asirse por su aceleradamente cambiante naturaleza. Las no-cosas… por su lado… reducen al mundo a nada más que información… lo desmaterializa al digitalizarlo y… al hacerlo… aniquila los recuerdos y los remplaza por datos almacenados. Datos que necesitan ser constantemente nutridos por elementos de novedad y sorpresa que atrape nuestra atención y manipulen nuestro ánimo… voluntad… actuar.
Esa… es la principal diferencia entre las cosas y las no-cosas: la capacidad que las segundas tienen de monitorearnos e incidir en nuestras decisiones. No hay forma que una silla o una cama convencional dirijan nuestro actuar en aras de tomar mejores decisiones por nosotros. Una no-cosa… un infómata (el teléfono… Alexa… un foco inteligente) está deseñado para recopilar información sobre nosotros… vigilarnos y controlarnos “en nombre de nuestro propio bienestar”… saben lo que es mejor para nosotros al reducir nuestra existencia al calculo de un algoritmo. El problema es que “cuando todo se vuelve calculable, la felicidad desaparece. La felicidad es un acontecer que escapa a todo calculo”. como dice casi al final de su libro Biyung-Chul Han.
De la mano con los infómatas. O —mejor dicho— llevados de la mano por los infómatas…. Perdemos autonomía… dejamos de comprender el mundo porque dejamos de poder incidir en él y no nos queda más que adaptarnos a decisiones tomadas en cajas negras. Entonces… sacamos el teléfono cuando nos sentamos en la taza del baño y nos diluimos en él.